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Por Damaris Caceres Mercado
Tu religión verdadera, está en tu corazón.
Hace dos días, mi hija salió tarde de unas prácticas de natación en una escuela que no era la suya. El transporte escolar la llevó hasta su escuela, pero desde allí tenía que llegar a casa en transporte público, pero esa noche había tormenta y hacía mucho frío. Ya era muy tarde y su transporte público ya había terminado su ronda del día. Mi hija no lo sabía.
Para colmo, el frío que hacía afectó su celular y no pudo comunicarse conmigo. Ella estaba asustada, llorosa y desesperada. No sabía qué hacer hasta que una mujer muy amable se le acercó. Viendo la crítica situación, se llevó a mi niña para su casa donde la calentó, le dio un techo y comida. Desde allí, mi hija pudo llamarme y decirme lo que pasaba. Enseguida me comuniqué con mi esposo y él salió del trabajo a buscarla.
La mujer, quien no supe su nombre, era una DAMA de la religión Musulmán. Sintió compasión por mi hija y le salvó la vida. Eternamente le estaré agradecida. Ella no vio a mi hija como una condenada o una pagana por no practicar su religión. Ella simplemente vio a un ser humano, un prójimo necesitando ayuda. No lo pensó dos veces. No sólo le salvó la vida a mi hija, también salvó un gran pedazo de mi corazón y a una familia entera…
Si todas las personas fueran como ella, todo fuera tan distinto. En lugar de mirar creencias o religiones, debemos mirar acciones. Debemos mirar necesidades y sentir compasión de nuestros prójimos. Es la bendición de dar sin esperar. Es la bendición de hacer feliz a alguien más. Es la bendición de sanar heridas. No hay nada más hermoso que sentir la satisfacción de hacer a otros dichosos. No hay nadie mejor que nadie. Todos somos seres humanos con sangre en nuestras venas. Sentimientos puros y pensamientos todavía vírgenes. Hay cosas que la religión no te puede enseñar porque es tu tarea aprender por ti mismo. Es por eso, que no importa la religión que profeses, lo que realmente habla son tus acciones y mediante tus acciones estás mostrando la hermosura de tu corazón.
El valor de una familia
Me da mucha pena en el corazón ver que donde hay bienes materiales, objetos, dinero de por medio, religión o creencias de cualquier otro tipo… no existe la familia. No existe esa unión. Sólo un apellido más.
Desde pequeña, mi sueño fue tener a toda mi familia unida, pero al pasar de los años, me di cuenta de muchas cosas; y la familia poco a poco se desintegró. Hoy día son tan sólo conocidos cizañados peleándose por cosas que a la larga no les devolverán lo que dejaron atrás.
Es por eso que aprendí a no apegarme a los bienes materiales, porque eso es lo que son. Algo inerte, que no demuestra ni siente. Es un objeto que quizá se tiene hoy, pero luego de nuestra muerte, quien sabe quién lo disfrutará. Eso tiene precio. No vale la pena.
Con dolor en el alma aprendí que es mejor vivir lejos de esas absurdas guerras en las cuales nada tengo que ver. Mi paz, y mi salud son primero. Les inculqué a mis hijos el vivir sin apegos a nada. Les enseñé a vivir, amar, respetar, valorar lo que vale la pena realmente. Buscar dentro de sí mismos antes de buscar afuera. Vinimos al mundo sin nada y nos iremos sin nada. ¿Para qué sufrir por lo que no es de nadie? ¡Nunca lo fue y nunca lo será!
En cambio, la familia, la unión tiene un valor incalculable. Eso se tiene, se siente… da esperanza. Da ganas de vivir. Se goza. Se ríe. Esos momentos gratos que vale la pena recordar y que valen más de lo que el dinero puede comprar.
¿Cómo es posible que se hagan enemigos, de sus hermanos, sus padres, madres, o algún otro familiar que lleva su sangre por un pedazo de tierra, objeto, una religión, costumbre o creencia? Deja mucho qué desear y deja mucho qué ver. Es verdaderamente vergonzoso y doloroso. ¿Dónde fueron los verdaderos valores?
Aprendamos a valorar lo que realmente se debe. Lo que realmente vale la pena. Es entonces que se comenzará a vivir de verdad. No busquen en lo material, lo que realmente se tiene muy dentro de nuestro ser. El amor. No hay dinero, propiedad, objeto, ni religión que lo reemplace.
Puerto Rico, mi pequeño terruño
En una tierra lejana cubierta por un manto blanco,
mi mente se remonta a mis raíces,
donde los matices coloridos calientan mi sangre caribeña.
Mis raíces tropicales sedientas de bomba y plena se sienten ansiosas.
Al aire libre todo el año quiero estar.
Donde el cielo azul se confunde con las olas danzantes del mar.
Donde las palmeras no dejan de bailar,
ni el viento azotar al escuchar a las golondrinas cantar.
¡Oh mi Puerto Rico! ¡Mi terruño amado!
¡Cuánto tiempo ha pasado!
¡Cuánto mi alma te ha extrañado!
¿Qué culpa tienes tú de que los hombres te hayan asaltado,
usurpado y maltratado?
Sé que has sufrido por culpa de la avaricia de extranjeros y de tus propios hijos. Pero ¡ánimos! todavía existen muchos valientes dispuestos, y por ti luchando.
Eres un pedazo de diamante valioso que muchos no saben valorar, pero los que verdaderamente sabemos lo que eres, tierra mía, te valoramos.
Estoy lejos, pero te llevo muy dentro de mí, con orgullo. Mi terruño, mi islita. Algún día volveré a ti, pues no hay nación que se compare a tu hermosura, a tu calidez, y a tu humildad.
Mi cuna, quien me vio nacer, quien me vio crecer.
Tú no tienes precio. En tus brazos quiero envejecer.
Oh mi Puerto Rico, ¿qué culpa tienes tú de que los hombres te hayan asaltado, usurpado y maltratado?
¡Oh mi Puerto Rico! ¡Mi terruño amado!
¡Cuánto tiempo ha pasado!
¡Cuánto mi alma te ha extrañado!
Somos muchos los que te hemos abandonado,
pero a tus brazos yo volveré
aunque muchos años hayan pasado…
©2016
Damaris Cáceres Mercado
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