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Corazón Sincero
Hubo una vez, una madre humilde y sacrificada que crió a sus dos hijos prácticamente sola. Luego de adultos, sus hijos formaron sus propias familias y se fueron cada cual por su lado, pero su hija menor siempre estuvo al pendiente de ella.
Un día, la amorosa mujer se enfermó. Tenía un tumor canceroso en el intestino. Su hija menor estuvo a sus cuidados siempre. Nunca se separó de ella mostrando una gran sonrisa y tranquilidad a pesar de que por dentro se estaba cayendo en pedazos. Su madre no sabía nada de su enfermedad y su hija, al conocer muy bien a su madre, no quería que se enterara todavía.
Luego de unas semanas de ardua oración de fe y desesperación, la enferma madre se enteró, pero tal sorpresa se llevó su hija al enterarse que el cáncer había sido removido por completo y que luego de un minucioso examen en las áreas cercanas a la que estuvo afectada, no hubo señal de cáncer por ningún lado. El tratamiento que le darían sería preventivo.
Fue un alivio y una felicidad tan grande saber que disfrutaría del amor de su madre por un tiempo más, hasta que el Todopoderoso decida.
Pasaron los años y su hija menor se vio obligada a abandonar su país. Ya la avejentada madre, no tendría a su única hija para cuidarla y estar con ella en sus momentos tristes.
Todos los días su hija la llamaba por teléfono, pero no era lo mismo. Una llamada, no suplanta un abrazo, un beso, el olor de la piel, la suavidad de las arrugadas mejillas.
Pasaron unos meses y lo inesperado sucedió. En unos estudios médicos, nuevamente su madre apareció con “algo” sospechoso en uno de sus pulmones. La hija al enterarse, se echó a llorar en la cama preguntándose mil veces: “¿Qué hago? No puedo regresar. No puedo traérmela conmigo. ¿Qué hago?”
Se incó de rodillas mirando entre sollozos al cielo y dijo: “Padre, Tú eres el Rey de Reyes. Nada de lo que yo tengo te sirve, pero te entrego mi fe y me humillo ante ti, mi Señor a favor de la salud de mi madre. Pero aún con eso, que se haga tu voluntad, si no es de agrado el corazón de ésta tu cierva”. Concluyó la joven ahogada en llanto antes de raparse la cabeza, a favor de la salud de su madre.
Tiempo después, los resultados salieron negativos. No hay qué preocuparse, sólo visitar su médico cada cierto tiempo para estudios rutinarios.
Mi madre es una joya para mí al igual que mis hijos y mi esposo. Cada uno de nosotros hemos pasado por situaciones verdaderamente difíciles pero todavía estamos de pie.
Aunque no la tengo cerca, mi madre continúa enseñándome de lo que soy capaz por amor. Así como ella lo hizo y lo seguirá haciendo.
Calva o con peluca, la verdadera belleza se lleva en el corazón.
Sí, los dos personajes de ésta historia son mi madre y yo. Sacrifiqué mi cabello por ella y lo haría mil veces más por ella o por cualquiera de mis seres amados si fuera necesario.
El amor es el sentimiento más poderoso que existe en el Universo, ¿Imagínense lo que se puede lograr uniéndole la fe y un corazón sincero?
Que Dios me los bendiga siempre
El Perdón
La palabra “PERDÓN” abarca mucho más que una simple pronunciación verbal.
Abarca un sentimiento cuando se pronuncia de corazón. Dice mucho más de la persona que la pronuncia, que de la persona que la recibe. Refleja humildad, en la persona que la pronuncia. Refleja fortaleza y madures.
Pedir perdón NO es humillación; es valentía. Es inteligencia. Es una clara manera de demostrar que se ha cambiado para mejorar.
Muchas veces una persona sabia pide perdón aunque NO esté en la obligación. ¿Por qué? Porque como ser humano capacitado, se da cuenta de que no vale la pena tratar con personas tercas, evitando así problemas futuros.
El Universo se deja llevar del lenguaje que emite nuestro corazón y sabe realmente quién pide perdón sinceramente y quién no. Piden perdón aquellas personas que con madures se dan cuenta que no vale la pena vivir en el pasado.
Son aquellas personas que reconociendo errores están dispuestas a vivir en paz con ellas mismas pero más importante, quieren estar bien delante del Universo.
Independientemente sean perdonadas o no por su semejante, la intensión interior es lo que cuenta.
Si has pedido perdón algún día y no has sido perdonado/a, no importa. Eso demuestra la poca capacidad de la otra persona, ya que NADIE en éste planeta es “tan Santo” para sentirse con el derecho de negar un perdón.
Los seres humanos cometemos errores todos los días…
Aquellos que se empeñan en encerrar resentimientos pasados, deben recordar que ellos también cometieron errores con otras personas y también pidieron perdón en algún momento dado. ¿Qué hubiese pasado si esas personas que perdonaron a esos que niegan un perdón ahora, hubiesen tenido esa misma mentalidad de vivir con rencillas pasadas? El perdón no hubiese servido de nada, y en estos momentos todo el entorno hubiese estado lleno de rencor y negativismo.
A ti te digo: “recuerda que mientras tú juzgas señalando con tu dedo índice, hay tres dedos restantes señalándote a ti”.
NADIE es digno de juzgar en esta existencia y el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra…
Debemos recordar que la vida es una caja de sorpresas y su dueño NO eres tú. ¡NUNCA LO OLVIDES!
El Sol y La Rosa Blanca
Un día, en uno de los bellos amaneceres brillantes que sólo nos brinda el “Señor Sol”, se encontró entre tantas flores de estilos y colores, a una hermosa rosa blanca. La rosa era joven, de pétalos tersos y frescos. Su hermosura era tal que el sol no podía dejar de alumbrarla sólo a ella.
“¡Qué bella eres entre todas las flores que he visto en toda mi vida!” Exclamó el sol maravillado al verla.
“Gracias. Tu resplandor también es hermoso y embellece a todo lo que miras”.
Así fue cómo comenzó un tórrido romance entre el sol y aquella rosa. El sol la amaba más que a nadie. Desde entonces sólo la alumbraba a ella y se olvidó de su rol en la demás naturaleza. Por otra parte, el caliente que el sol le brindaba a la rosa ya era excesivo. Sus hojas ya se estaban tornando resecas y su belleza no era la misma. La pobre rosa se sentía sofocada. El sol ya la veía diferente.
“Te amo, pero no te ves como antes. Tu frescura se ha ido. Tu belleza no es la misma”. Comentó el sol un día.
“Te amo también, pero me siento sofocada teniéndote todo el tiempo sobre mí. Tu calor me es necesario, pero necesito también un poco de sombra y agua para poder mantener mi belleza. Mira a tu alrededor. Por estar todo el tiempo sobre mí has olvidado tus deberes naturales. Las demás plantas y animales de la naturaleza están muriendo porque necesitan de ti y ya no los calientas como se supone que hagas”.
Al escucharla, el sol disminuyó su intensidad de calor y se escondió entristecido por un rato. Se sentía dolido, pues su amor por esa rosa era grande, pero sabía que ella tenía razón. Su amor no podía ser. Él era muy potente para aquella delicada rosa.
Al día siguiente por la mañana temprano, el “Señor Sol” decidió salir brillante e imponente como siempre. Se veía brillante y hermoso. Se dio cuenta que su rosa amada estaba bañada de gotas de rocío, que parpadeaban de colores según chocaban con sus rayos. Se veía hermosa y radiante. El “Señor Aguacero” la había sanado. Por otro lado sus rayos habían sanado a las demás flores y animales que hacía tiempo no recibían de su calor. Entre ellos hubo un intercambio de miradas que sólo se limitó a una dulce sonrisa.
Muchas veces nos comportamos algo egoístas con nuestras parejas y lo que eso provoca es que se sientan exhaustas. Toda persona necesita su espacio. Está bien dedicarle tiempo a nuestros seres amados, pero todo con moderación. Todo tiene su balance. Mientras más tiempo le dediques a alguien, que quizá necesite más privacidad, otro familiar esté atravesando problemas y necesite de una mano como la tuya. Quizá tus hijos, tu madre o tu padre. Todo tiene su límite. El que sean pareja no significa que se pertenezca el uno al otro, como si fueran objetos tangibles. Significa que dos seres imperfectos decidieron unirse para vivir juntos en medio de su imperfección. Todos necesitamos un espacio. Es una ley natural. No dejes que la sombra del egoísmo termine con el lazo que se supone jamás se rompa, pues fue entrelazado con amor.
Por Damaris Cáceres Mercado
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